Reseña La Grieta Vol.II: De monstruos y arrogancias
27 Julio 2020 | 1 ComentarioPor Fantasma Rojo, Cuartomundo.cl
Tras dejar una buena impresión con su primera aventura como autor completo, Christian Luco vuelve a la carga con la segunda parte de La Grieta, llevando la historia a un contexto que por azares del destino resulta contingente. Lo realmente inquietante de esta segunda entrega no es la violencia de sus monstruos caníbales, sino la cercana y reconocible vileza de algunos de sus personajes.
Como su nombre lo indica, La Grieta Vol. II es la secuela del cómic homónimo, publicado el año 2018. Es obra del joven creador Christian Luco, que al igual que en la ocasión anterior, nuevamente actúa como autor completo. Vale mencionar que La Grieta fue galardonada con dos premios en la Feria Internacional del Cómic de Santiago 2019, llevándose el premio a Mejor Cómic y Mejor Guion.
Al tratarse de una continuación, no es de extrañar que la estética de La Grieta Vol. II sea continuista de lo visto en la primera parte, manteniendo sus icónicas páginas negras, una división por capítulos con detalles que cambian de forma progresiva y una dirección de arte que combina una opaca paleta de colores acuarela, con diseños que privilegian la expresividad por sobre el realismo. Sin perjuicio de lo anterior, hay cambios perceptibles, saltando a la vista la mejora en la calidad del dibujo, el cual resulta más consistente a nivel de diseño comparado con su anterior entrega.
Lo anterior es especialmente notorio en viñetas que retratan a personajes de cuerpo completo, situación en la cual su predecesora flaqueaba. Asimismo, el lenguaje corporal se siente más fluido y dinámico, siendo muy raras las instancias donde un personaje se siente “acartonado”. Lamentablemente, el color no presentó mejora sustancial, sino por el contrario, parece haber retrocedido respecto del primer tomo, el cual tenía un enfoque mucho más experimental.
La elección de las acuarelas es funcional, pero pierde en personalidad, careciendo de juegos de colores llamativos al estilo de la luz lunar del primer capítulo del volumen original. Incluso si consideramos la posibilidad que sea una elección intencional, como consecuencia del cambio de estación al desarrollarse la historia seis meses después, podría haberse aprovechado este nuevo contexto para hacer algo tan o más llamativo que el ejemplo citado. Empero lo anterior, debe reconocerse la evidente maduración general del aspecto gráfico de la obra.
Más allá de sus características visuales, lo verdaderamente interesante de analizar de La Grieta es su narrativa. Tal como se mencionó en la reseña del tomo anterior, los temas centrales de esta serie radican en la exploración de lo monstruoso, el egoísmo en el poder y la capacidad de sobrevivir, aspectos que son abordados desde distintas perspectivas gracias a su reparto de personajes.
Sobre lo monstruoso, el cómic se encarga de mostrar expresiones variadas. La violencia irracional de las bestias nacidas de la grieta es de una envergadura tal que adjudicarles el apelativo de monstruo es adecuado, pero su actuar parece guiado por un caótico instinto más que por maldad intencionada, situación completamente distinta a la de los principales antagonistas, la familia Pohlhammer, quienes actúan con un pragmatismo escalofriante. Lo inquietante de este clan es lo cercano que resulta su uso y abuso de su privilegio social para realizar impunemente actos deleznables con fines políticos con olor fascistoide. Si bien no tienen la autoría intelectual de los peores actos que vemos en estas páginas, el macabro brío con la cual los ejecutan es horroroso por sí mismo.
En la otra cara de la moneda está Samuel Garrao, el protagonista de la primera entrega de La Grieta, quien encarna el aspecto trágico del concepto de monstruo. Al ex detective lo vemos en una lucha constante no tanto contra la naturaleza de la corrupción que le afecta, sino con la inevitabilidad de la misma, debiendo enfrentar el dilema de cómo encausar hacia fines nobles una fuerza cuya naturaleza inherente es amoral. Como consecuencia de lo anterior, el ascetismo autoimpuesto de Garrao permite abordar el siguiente gran tema de la obra, el egoísmo en el poder.
Si bien las motivaciones de los Pohlhammer, Garrao e incluso del cuerpo de policía de Ciudad de la Montaña son inconexas, comparten un ejercicio personalista de sus recursos, cayendo en la trampa de creer que el mero hecho de ostentar un tipo de poder implica dominarlo. Las consecuencias de esta arrogancia definen a los eventos de los dos últimos capítulos, deshaciendo los planes de todos los involucrados sin distinción. Así, el autor logra plantear el peligro detrás de dar las cosas por sentadas al creer que se tienen todas las respuestas.
El tercer y último tópico a considerar es la resiliencia necesaria para sobrevivir. En este aspecto es necesario mencionar a la detective Karina Stern, la nueva protagonista, quien desde el minuto uno se ve envuelta en una situación mucho más grande que ella misma, pero que a diferencia de Samuel Garrao, es mucho más proclive a colaborar en esfuerzos grupales, conducta que resulta clave en su destino hacia el final de la historia. En las antípodas de la detective encontramos a un personaje importante que está involucrado en un par de giros argumentales, por lo cual es prudente no revelar su identidad, lo cual no obsta que se puede mencionar que sus acciones son de un individualismo absoluto guiado precisamente por un torcido deseo de sobrevivir.
Fuera de lo anterior, vale la pena mencionar un elemento de la historia que, por razones de contingencia, resulta curioso. Es un tanto chocante ver al cuerpo de policía de Ciudad de La Montaña actuando en concordancia con su mandato legal frente a ciudadanos acomodados como los Pohlhammer y no como si fueran su guardia fiscal. No queda del todo claro si ello siempre fue así o si se debe al estilo de mando del nuevo comisario, pero llama bastante la atención el enfoque imparcial con el que actúan.
Los distintos matices anteriormente expuestos entre personajes muestran que La Grieta es una historia que está en un crecimiento positivo, ya que en lugar de repetir la fórmula de plantear un misterio como núcleo del relato, se toma una dirección que prioriza el juego de dinámicas entre personalidades. Esto funciona bien la mayor parte del tiempo, salvo por ocasionales tropiezos tales como la innecesaria exposición inicial sobre el vínculo entre Stern y Garrao cuando el propio cómic se encarga después de juntarlos, perdiéndose la oportunidad de una revelación más orgánica.
A modo de cierre, solo cabe señalar que para cualquier secuela es un desafío el no sentirse como una mera repetición, situación que es sorteada exitosamente por Christian Luco, cuyo mayor mérito es su habilidad de usar fantasía oscura para hablar de horrores reales, tal como lo ejemplifica el especialmente tenso capítulo quinto. Entendiendo que la historia queda abierta, esta es una oportunidad perfecta para quienes deseen conocer una interesante apuesta de historieta nacional.